LA PUTA. MAL-DECIR LA MUJER*

XAVIER ESQUÉ
Psicoanalista AME en España
Dicen de la prostituta que es el oficio más antiguo del mundo. No transitaré por su larga historia, ni por los lugares que la figura de la prostituta ha ido ocupando. Pintadas, escritas, filmadas, las prostitutas han sido vistas desde múltiples perspectivas que han ido desde la degradación social hasta ser el amparo de amores fallidos. En cualquier caso, la vertiente romántica de esta figura del goce, modelo de artistas, o incluso aquella que en su momento fue para algunos jóvenes promesa de iniciación, voluptuosidad y transgresión, ya no existe más.
Tampoco entraré en su actualidad, en las nuevas formas de esclavitud sexual, las mafias, las tratas, legalización o abolición, la prostitución en línea, o el futuro que anuncia el metaverso. La prostituta hoy es, sobretodo, una obrera sin derechos de la poderosa industria del sexo.
Ni Freud, ni Lacan, abordaron de manera directa la figura de la prostituta, ni mucho menos el tema de la prostitución. Lo que haré en esta ponencia es tomar el significante “puta” como un nombre de la difamación, de un mal-decir la mujer.
La puta edípica
La figura de la puta entra en el psicoanálisis a partir de la condición de amor y de la elección de objeto sexual, y no tiene nada que ver con el comercio sexual como tal. En Freud – en su época- aparece como un nombre de la mujer, incluso un nombre de la madre en tanto mujer. En efecto, madre y puta pueden ser para un hombre dos de los nombres de La/mujer que no existe. El hombre no tiene acceso directo a la mujer, no tiene paso franco al otro sexo como tal, es a partir de dos valores –sobreestimación y rebajamiento- que dicho acceso se produce. (Miller, 2010).
Nuestras principales referencias se encuentran en los tres textos de Freud que forman parte de sus Contribuciones a la psicología del amor, y más precisamente en los dos primeros: Sobre un tipo especial de la elección de objeto en el hombre[1] V(Freud, 1910) y Sobre una degradación general de la vida erótica[2] Y también en la lectura que Jacques-Alain Miller hace de estos textos en Lógicas de la vida amorosa. (Miller, 2010).
Freud se propone restarle poesía al amor, explica que no hay que dejar a los poetas la exclusiva del misterio del amor, porque a ellos les cuesta considerar la vertiente de rebajamiento que comporta la condición erótica para el hombre. Para él, se trata de dilucidar las condiciones eróticas de la elección de objeto. Notemos, de entrada, que si hay condiciones -es decir, que no todo vale, o que no hay condición universal- es porque la relación sexual no existe.
Las condiciones para el hombre son dos:
1.- La del tercero perjudicado, cosa que implica que el objeto, la mujer, sea de otro. Esta es una condición que se sostiene de la idea de que la mujer tiene un propietario, de igual modo que la madre pertenece al padre.
2.- El amor a la prostituta. El significante que utiliza Freud en alemán es Dirne, con este significante se designa a la mujer de dudosa reputación, la mujer fácil. La condición erótica del objeto, por tanto, está puesta en la época en una figura cercana a la cocotte, a la puta.
Destaca Freud, que una de las características singulares de este tipo de amante es el empeño por salvar a la mujer elegida.
Por otra parte, agrega, que este tipo particular de conductas amorosas tiene “el mismo origen psíquico que la vida erótica del individuo normal”[3]. Se derivan de la constelación materna, es decir, de una fijación infantil incestuosa de amor por la madre, y los tipos constituyen uno de los desenlaces de tal fijación.
En esta perspectiva, existe una película que tuvo un gran éxito en los años 90, un ejemplo paradigmático de dicha problemática. Se trata de Pretty woman, una comedia de amor romántica, protagonizada por Julia Roberts y Richard Gere. Este cuento de hadas, esta Cenicienta, es una de las películas más vistas de la historia del cine. Treinta años después de su estreno sigue teniendo máximas cuotas de audiencia en sus numerosas reposiciones en plataformas televisivas. Hay que decir que en ella además del amor a la prostituta, encontramos también la intención redentora, la salvación de la amada. A ello hay que añadir el mito de Pigmalion, porque a la prostituta habrá que enseñarla, educarla, para que sea presentable en el mundo de su salvador. Nos encontramos, por tanto, ante un cóctel fantasmático irresistible para el gran público, de gran atractivo tanto para los hombres como para las mujeres. Lo señalo porque si bien es verdad que estamos en otra época que está a las antípodas de aquella de la moral civilizada de Freud, cuando la factoría Disney se pone a hacer un libreto basado en los fundamentos freudianos de la psicología del amor, el éxito popular es enorme. Las profundidades del gusto llegan bien lejos.
En el segundo texto, Sobre una degradación de la vida erótica, (Freud, 1912), pasa de lo particular del tipo a lo general, agregando aquí el clivaje del objeto. La condición erótica está disociada en dos corrientes: la amorosa y la sensual, es la clásica disyunción del amor y el deseo: “Si aman a una mujer, no la desean, y si la desean, no pueden amarla”[4]. Precisamente, la superación definitiva de esta disyunción se convertirá en la salida analítica post-freudiana ideal, se alcanzaría así la madurez genital, lo que Lacan llamó “el normalismo delirante de la relación genital”[5].
Lacan, con La significación del falo, retoma esta problemática, no a partir de la condición de amor y la elección de objeto sino con la causa del deseo y la castración. Lacan, reconoce ahí el coraje de Freud, y dice admirar con qué seguridad situó la dialéctica de la demanda de amor y del deseo en el hombre bajo la rúbrica del rebajamiento específico de la vida amorosa. El hombre, dice Lacan, encuentra la manera de satisfacer a la mujer en su demanda de amor en la medida que el significante del falo la constituye a ella dando en el amor lo que no tiene[6]. Inversamente, a él su propio deseo del falo lo conduce hacia “otra mujer”, otra mujer que “signifique ese falo, ya sea como virgen, ya sea como prostituta”[7].
La mujer del Otro
Hay que decir que Lacan, no se satisface con la idea del amor como repetición, el amor para él es invención: “un modo de dirigirse al objeto pequeño a a partir del Otro del significante”[8], de ahí la importancia de las palabras de amor. Es la castración, que implica pérdida de goce por un lado y recuperación por otro, la que facilita el encuentro amoroso en la medida que el goce perdido se puede volver a encontrar bajo la forma del objeto a, plus de goce, en el partenaire. De este modo el objeto a se convierte, fantasma mediante, en el partenaire principal a nivel del goce.
No hace mucho, tuve la oportunidad de escuchar en un control a un analista que tenía como paciente a una prostituta. El caso ilustraba muy bien lo que estaba en juego por lo que hace al comercio, al dinero. En efecto, se trataba de una mujer que al parecer había entrado en la profesión por motivos económicos. En cuanto pudo se hizo con una casa para que trabajaran sus pupilas, mientras ella administraba. Y en los últimos años había abierto un nuevo negocio, esta vez de moda, y ella ¿qué hacía? ¿dónde estaba? En la caja registradora. Pueden ver que, en el caso, el mito de la supuesta voluptuosidad de la prostituta no se encuentra por ningún lado. Lo que comanda es una economía, se trata de eficiencia y de cuenta de resultados.
Con Lacan, la lectura de la condición del “tercero perjudicado” y del “amor a la prostituta”, se renueva a partir de la definición de la mujer como no-toda, se renueva a partir de considerar que el goce de la mujer es dual[9], lo que significa que existe “un goce diferente del goce fálico, el goce femenino que no depende de aquel”[10].
La mujer es no-toda para el hombre, y el hecho de no ser toda es -precisamente- la única manera que él tiene de poder reconocerla como mujer. Mientras que, para ella, dice Lacan, “el hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma, como lo es para él”[11]. Por tanto, como señala Miller, la mujer es siempre la mujer del Otro[12]. Y ser la mujer del Otro puede llegar a interpretarse como ser la mujer de todos, la de cualquiera[13], cuestión que abre la vía para mal-decir la mujer. Abre la vía a la injuria, al insulto, tanto por parte del hombre como por parte de la mujer, porque ella también puede ser terrible en este aspecto. El significante “puta” sigue siendo un nombre difamatorio de la mujer, está mucho más extendido de lo que la libertad sexual de la época podría permitir vaticinar. En efecto, “a ella se la mal-dice mujer”[14] por más permisividad que haya. El psicoanálisis apuesta por el “bien decir” sobre lo real, sabe que cuando se pretende decir todo sobre la mujer solamente se la puede difamar.
Todas las putas
Puta es, entonces, uno de los nombres de esa alteridad radical que es La/mujer que no existe para cada uno. También puede ser un sueño, una ficción, un mito, o tener un lugar preciso en el fantasma del parlêtre.
El universal de “todas las mujeres” no existe. El de “todas las putas” sí, la puta es toda, en el registro del ser. Ella no escapa, ella está atrapada en la definición, en el universal fálico. Ella es una referencia imaginaria y simbólica de representación fálica generadora de significación. En el imaginario del parlêtre ella es la que sabe, la que sabe sobre el sexo, la que sabe sobre el goce.
La prostituta puede situarse, en su mascarada, en el lugar de objeto causa del deseo de un hombre, pero en realidad es puro objeto de goce, reducida como está a una condición de uso. Nada de amor, ni de deseo en verdad, porque no hay para ninguno de los contendientes puesta en juego de la castración. Ella tiene un valor fetichista, y se presta a él, se presta por la vía del intercambio económico al detalle preciso que posibilita a un macho alcanzar el goce sexual. Para este hombre, la prostituta es una mujer sin misterio y, por tanto, le permite sentirse tranquilo, no amenazado, el acceso a ella, a su cuerpo, es asunto de dinero. No hay encuentro, se trata de intercambio. Es una sexualidad de dominio.
Ella también puede tener un lugar en el fantasma femenino: ser una puta. Algunas mujeres al situarse como objeto a causa del deseo de un hombre pueden llegar a sentirse – a su pesar- como una prostituta o, por el contrario, pueden necesitar sentirse como una puta para gozar, es decir que de una manera o de otra eso tendrá consecuencias sobre su goce.
La igualdad sexual, la equiparación de las mujeres y los hombres, el hecho de que las mujeres sostengan actualmente posiciones activas de goce al margen del amor ¿podría traer consigo un aumento significativo de la demanda de prostitución masculina? No lo parece, para nada. Parafraseando lo que decía Miller respecto a la pornografía, en la prostitución el sexo débil es el masculino, cede a ello con más facilidad. Es lo que corresponde a una sexualidad esencialmente fetichista.
BIBLOGRAFIA
Miller, J (2010). . Lógicas de la vida amorosa, Conferencias porteñas 2. Paidós,
Freud, S (1910). Sobre un tipo especial de la elección de objeto. Obras completas, Tomo V. Biblioteca Nueva, p. 16259.
Freud, S (1912). Sobre una degradación general de la vida erótica. Obras completas, Tomo V. Biblioteca Nueva, p. 1710.
* Gran Conversación Virtual de la AMP, 20 de marzo de 2022
[1] Freud, Sigmund. Sobre un tipo especial de la elección de objeto. Obras completas, Tomo V. Biblioteca Nueva, p. 1625.
[2] Freud, Sigmund. Sobre una degradación general de la vida erótica. Obras completas, Tomo V. Biblioteca Nueva, p. 1710.
[3] Freud, Sigmund. Sobre un tipo especial de la elección de objeto en el hombre. Op. cit., p. 1627.
[4] Freud, Sigmund. Sobre una degradación …. Op. cit., p. 1711.
[5] Lacan, Jacques. La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos 2, Siglo XXI, p. 587.
[6] Lacan, Jacques. La significación del falo. Escritos 2. Siglo XXI. Paidós, p. 674.
[7] Ibid.
[8] Miller, Jacques-Alain. Lógicas de la vida amorosa. op cit, p. 26.
[9] Lacan, … o peor, Seminario 19, Paidós, p. 101
[10] Ibid, p. 101.
[11] Lacan, Jacques. Ideas directivas para un congreso de la sexualidad femenina, Escritos 2, Siglo XXI, p. 710.
[12] Miller, Jacques-Alain. Lógicas de la vida amorosa, op. cit., p. 37.
[13] Ibid, p. 38.
[14] Lacan, Aún, Seminario XX, Paidós, p.103.
