Insisto sobre el hecho de que no hay sino los cuerpos hablantes
que pueden hacerse una idea del mundo. El mundo del ser pleno
de saber no es sino el sueño del cuerpo en tanto que habla porque
no hay sujeto cognoscente. Pero puede haber goce de la palabra.
Y la ciencia-ficción es quizás ese goce: la palabra sin saberlo.
El mundo sin otro conocimiento que el que él sueña. El del Otro.
Jacques Lacan. Lacaniana Nº 24.
Years and Years (BBC, HBO: 2019) es la historia de una familia británica, que comienza a partir de 2019 y que transcurre durante los siguientes quince años. A lo largo de los episodios su director nos mostrará una serie de acontecimientos geopolíticos: Rusia ha invadido Ucrania, Donald Trump ha sido reelecto, China ha construido una isla artificial para asuntos militares. También están las muertes de Angela Merkel y de la reina Elizabeth.
El realizador expondrá, además, colapsos bancarios, crisis de migrantes y refugiados, apagones causados por hackers, terrorismo, temporales de lluvias debido al cambio climático y una enorme inestabilidad en toda Europa. Davies trabaja una distopía, que no parece ser del orden de lo imposible. A su vez, las cosas de familia no tardan en entrelazarse con estos acontecimientos. Veremos cómo una familia va perdiendo todos sus privilegios económicos debido a la crisis económica que afectará al país y la angustia que la atraviesa.
Así, la serie se sirve de todos estos sucesos mundiales para contar sobre sus asuntos y lazos afectivos, en el marco del drama mundial actual y por venir.
Me interesa, en esta oportunidad, poner la lupa en uno de los aspectos de trabajo que ofrece esta serie y es la cuestión del cuerpo. Entonces, dejaré de lado el análisis en torno a cuestiones relativas al malestar en la cultura, el concepto de identificación, segregación, que esta producción podría ofrecernos. Me centraré más bien, en el detalle del cuerpo y lo que la serie nos enseña sobre este, a partir de dos ejes: el cuerpo virtual y el cuerpo de la ciencia.
La historia de Bethany : “No quiero ser cuerpo. Quiero ser digital”.
Bethany (Lydia West) es una adolescente que aparece, en un comienzo, refugiada detrás de los filtros de la app de su celular. En cierta oportunidad, les confesará a sus padres su deseo de convertirse en “transhumana” y subir toda la información de su cerebro a la nube. Sus padres horrorizados intentan persuadirla pero ella ya está dispuesta a hacerlo. Dice: “No quiero ser cuerpo. Quiero ser digital”. También, la vemos con un sentido de la moral y de la ética hiper desarrollado. Pretende mostrarse como no “contaminada” por el discurso capitalista.
En el proceso de su transformación, sin embargo, la joven recurre a ciertas intervenciones tecnológicas. Por ejemplo, sus manos se convierten, tras una operación quirúrgica, en una suerte de prolongación del smartphone. Resulta esto una interesante metáfora del director sobre el objeto pegado al cuerpo. O bien, sobre la extensión de la lista de objetos a, los objetos de la tecnología, los gadgets, tal como Lacan lo propone en su Seminario 11.
Más allá de las resonancias de esta serie de TV sobre los usos posibles que se puedan hacer de la tecnología, el interrogante que fundamentalmente me surgió al verla está en relación con el concepto de cuerpo y con la idea de Lacan de que para el sujeto es necesario “tener un cuerpo”. Una de las preguntas que nos podría plantear esta serie sería, entonces: ¿cómo se expresaría el inconsciente en un transhumano?
Sabemos que una de las formas de verificar el inconsciente es por sus productos, que irrumpen cuando éste se abre. Y que el sujeto del inconsciente no es un sujeto pleno, positivo, un administrador central que sintetiza las diferentes funciones del cerebro. Los lapsus, los actos fallidos, los síntomas, los sueños, muestran su división, son la prueba de que hay un sujeto dividido, un sujeto del inconsciente. Sin embargo, el inconsciente no es sin el cuerpo.
Lacan inventó una palabra para dar cuenta de la experiencia subjetiva y singular de cada quien, que implica el choque del significante con el cuerpo: el parlêtre, el ser hablante. O bien, el cuerpo hablante. Por eso, Lacan nunca habló de ser humano. Primero se detuvo en la noción de sujeto, el sujeto del inconsciente, y posteriormente, a partir de su Seminario 20, ya se va a referir al parlêtre.
Entonces, si la serie nos propone la posibilidad de lo transhumano y la ciborgizacion[1], con la noción de parlêtre la cosa se complejiza. Para el psicoanálisis el cuerpo vivo es una experiencia de goce singular y la estructura del lenguaje será la que permita simbolizar, subjetivar o interpretar esta experiencia. La cuestión del transhumanismo y de la ciborgización extrema, de la que muchos hablan como algo por venir en un futuro, que además impactaría en la expectativa de vida, y en mejoras físicas y psíquicas hasta límites insospechados, parece quedar más en el terreno de la ciencia ficción si la consideramos a la luz del parlêtre. Ya que no habría posibilidad de pensar un parlêtre allí. Desde esta perspectiva, la pregunta sobre la relación entre un cerebro y el ser hablante cobra también valor en esta serie.
Lacan nos enseña, como dijimos, que para que haya un parlêtre es necesario un choque entre el Otro del significante y el cuerpo. Un cuerpo pulsional se produce sólo entre el Otro y el ser vivo. El síntoma de cada quien nos habla de la marca de goce dejada por ese encuentro. Por eso, es que hace falta un cuerpo, tener un cuerpo para gozar, para satisfacernos. Entonces, no podríamos pensar en una existencia transhumana. Es necesario un cuerpo, para que haya un sujeto y hace falta un cuerpo en el lazo con el Otro, en el lazo familiar, por ejemplo, independientemente de su cerebro.
Igualmente, esta serie, si bien plantea -desde el género ciencia ficción- un imposible, abre la pregunta y tiene sus resonancias respecto de los lazos familiares e incluso analíticos, en su forma virtual, que se vienen extendiendo como producto de la pandemia por el COVID 19.
Tener un cuerpo, para la ciencia.
La serie nos habla también de otra cuestión interesante en torno al cuerpo: la idea de su uso para experimentación. Cuando Stephen (Rory Kinnear), brillante asesor financiero y sostén de familia, pierde su trabajo, su casa y termina trabajando como repartidor de Uber, producto de la crisis económica, empieza a ofrecerse como voluntario para experimentos científicos. Y recibe unas drogas que terminan afectando y enfermando su cuerpo. A diferencia de Bethany, su hija que desea ser pura virtualidad, Stephen, el padre, se hace contaminar.
Entonces nos encontramos con el uso del cuerpo para experimentación cuando se necesita del dinero para sobrevivir. Sin embargo, este tipo de situaciones dispara la pregunta ética sobre el consentimiento informado en prácticas de experimentación, que surge a partir de los juicios en Núremberg, luego del exterminio nazi. La serie muestra muy bien el dilema con el que nos encontramos. Si bien hay un consentimiento voluntario del sujeto del experimento, ¿sería voluntario en situaciones de necesidad extrema?
Así vemos que el cuerpo de este sujeto no solo se ve afectado por el desequilibrio que le producen estas drogas, sino además por su reducción material, en su valor de objeto de mercancía. Vende su cuerpo para experimentación. Se trata, por tanto, de un cuerpo afectado, enfermo y al mismo tiempo, un cuerpo objeto del Otro. No es difícil captar aquí el acto perverso de la ciencia. Allí donde el uso de cuerpos vivos para ponerlos al servicio de la ciencia y del crecimiento capitalista, comprando la voluntad del sujeto, termina por reducirlos a puro objeto. Tomemos el ejemplo de la actual crisis sanitaria mundial por el COVID 19 que puso como nunca en evidencia las solicitudes de los laboratorios farmacológicos de voluntarios para ser contaminados con el virus, y lograr así la tan anhelada vacuna, por la suma de 4500 dólares.
Este tipo de prácticas ponen en jaque la noción de Humanismo a partir de su exploración sostenida en lo tecnológico, desnudando la materialidad del ser viviente y en un espacio fronterizo entre el parlêtre y la ciencia. Y si bien el argumento de la ciencia apunta a los posibles adelantos para el bien de la humanidad, todos sabemos, por el terrible acontecimiento de la Shoah, que bajo el mismo argumento – hacer avanzar la ciencia- se cometieron los más terribles experimentos que la humanidad pueda haber sufrido.
Para concluir, la historia de Davies nos habla de una familia del futuro pero con una aproximación tal a un presente inminente, que las palabras de Lacan no dejan de resonar: “Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser» (Lacan, 1988 [1953], p.288). Lacan se refiere aquí a la experiencia subjetiva, pero bien podría aplicarse a lo efímero de nuestras vidas, y de nuestros cuerpos, a la velocidad con la que suceden los hechos, cada vez más inesperados, año tras año.
[1] El cyborg (del acrónimo en inglés cyborg: de cyber y organism) es un significante que se acuñó en 1960 para referirse a un ser humano mejorado que podría sobrevivir en entornos extraterrestres. Se llega a esta idea después de pensar en la necesidad de una relación más íntima entre los humanos y las máquinas, en un momento en que empezaba a trazarse la nueva frontera representada por la exploración del espacio. Un aspecto menos ficcionado responde a la idea de la conexión física y psíquica de la humanidad con la tecnología. Por ejemplo, una persona a la que se le haya implantado un marcapasos podría considerarse un cíborg, puesto que sería incapaz de sobrevivir sin ese componente mecánico
 
											
				