LOS HUESOS DEL YO

CARLOS ROSSI
Psicoanalista AE en Buenos Aires, Argentina

Yo, vos, ustedes, lo mío o lo tuyo se dicen con una liviandad irreverente y pasmosa. Se verifica que nadie sabe lo que dice, pero mucho menos qué dice cuando dice “Yo”. Jacques Lacan lo aísla en su Estadio del espejo (1949) como un fenómeno de estructura. “Yo miento” no es una paradoja, es lo que se puede precisar como la diferencia entre el enunciado y la enunciación. La cualidad de lo propio es una de las bases gramaticales subvertidas por el filo del pensamiento Freudiano.

Ahora bien, ¿qué nos hace distintos? es una pregunta antinómica a intentar ubicar aquello que nos hace singulares e inclasificables. Ya en las primeras clases del curso Los signos del goce, Jacques-Alain Miller (1986-87 [2006]) nos recuerda la metáfora del puerro. Un “distinto” tiene el anhelo de ser un puerro para estar en la fila de las cebollas. Para un inclasificable no hay continuidad de su ser ni lugar que se sostenga en el tiempo más que con el esfuerzo permanente de sostenerse. Un inclasificable no se preocupa por su lugar en la lista. También es cierto que camina un borde peligroso ya que lo habita la pizca de cinismo que resulta de la operación de experimentar la falta del significante del Otro. Un psicoanálisis, pensado según la hermosa expresión de Carmelo Licitra Rosa, es la “toilette del Otro” (Miller, 2010). En cirugía se llama toilette al aseo de una herida buscando la eliminación del tejido muerto, dañado o infectado para mejorar la salubridad del tejido restante. Del Otro al otro, tal el título propuesto para el Seminario 16 de Lacan, escribe ese camino que va del llamado retrato de familia hacia el nombre propio. En este punto se concluye que “lo que nos hace únicos es el deseo que nos causa, no sin el lenguaje y las cicatrices” (Alberti, 2022).

Lo propio, en tanto hay el goce, entra pleno en el campo de la paradoja. Lo propio no es lo mío ni lo que el Otro dijo de mí. Desde la perspectiva psicoanalítica es más bien un resto inesperado de la operación del análisis. Cada uno se hace un ser con los restos del naufragio del Otro. Por eso si hay lo inclasificable, es lógico, entonces, que más nos preocupemos por integrarnos (del vocablo “integro” —etimológicamente tiene una raíz enterrada en lo completo, en lo entero e indivisible—) más nos perdemos en el laberinto de espejos de la semejanza. De lo anterior se obtiene que si nos pretendemos “Todos iguales” la indiferencia es la ley. ¿Qué me interesaría del otro si es igual a mí? Ergo, cada uno está solo con su goce. No es por la vía de la empatía por donde obtengo lo que me nombra. Más bien, dada la estructura paranoica de la personalidad, para Lacan, y de la sociedad, para Rousseau, lo que encuentro es la injuria o el empuje al ideal. El grito común es el sonido que organiza el clan. Por el contrario, la tropa espartana entrenaba a sus niños en la disciplina del combate en silencio. Eso los hizo insignes. Ese era su signo. Suponemos que habrían logrado ser un enjambre de unos solos. El silencio, tanto para el dolor como para el festejo, produciría el famoso efecto puerro en la ristra de las cebollas del que habla Miller en su curso. Todo sacrificio recibe su recompensa así como toda ganancia tiene su pérdida. En el caso de la tropa espartana, la voz de cada uno quedaba enmudecida. La fusión del uno en el todo abole la diferencia y sin diferencia no hay psicoanálisis. Tal como afirma Lacan (1972 [2012]) en la página 524 de los Otros Escritos, tanto un espartano, como un Japonés son inanalizables, dado que habitan una lengua que no tiene la necesidad de ser psicoanalizada más que para regularizar sus relaciones con las máquinas tragamonedas.

Entre el Uno y el Otro hay una recta infinita en la que se desliza el nombre que, de no mediar un análisis, no nombra más que el mismo deslizamiento al infinito.

Mi nombre es Aún es ese movimiento. Lo llamo recta infinita, no tendría problema en llamarlo “moebiano”. El trauma pone en marcha la máquina y eso no se detiene en su esfuerzo de no cesar de no escribirse. Se podría establecer una diferencia entre la recta infinita y lo moebiano. En tanto que la dispersión de la recta impide volver a encontrar la marca y lo moebiano ya está capturado por la lógica de la repetición. En la incesante división de esa recta es imposible, de manera lógica, establecer una marca. En las vueltas dichas, al menos en los cruces, algo se anuda e inscribe. Desde esta perspectiva el nudo es letra que se escribe con los restos de la toilette del Otro.

¿Qué otra cosa hizo insigne a Lacan sino el haberse rehusado a ser puesto en fila?

El anhelo contemporáneo del self-made man supone la utopía de la autoproducción —yo soy yo, diferente de lo demás— más allá de cualquier genealogía. Una apuesta que implica poder soportarlo. Una tensión recorre la cultura actual norteamericana: por un lado, una epidemia de obesidad. Por otro, el empuje discursivo a aceptarse a sí mismo. Lizzo, cantante de rap, obesa a niveles mórbidos, alienta a enamorarse de ese sí mismo, como en su tema Soulmate. “Soy mi alma gemela, yo sé cómo amarme, sé que siempre estaré ahí para mí… sé que soy una reina, pero no necesito corona. Me miré en el espejo, ella es la indicada. Sí, estoy enamorada”. Estoy tan enamorado de mí mismo, soy tan igual a mí, que no resultaría nada extraño que me importe un soberano bledo el semejante. Esta vertiente salvaje del narcisismo no hace más que reforzar la consistencia imaginaria del yo. A tal punto que el sujeto tácito que corona —nunca mejor dicho—  toda afirmación es “Yo”. Lizzo no lo sabe pero el Yo es su corona. Es el absoluto reverso de “Yo es otro” con el que Arthur Rimbaud en 1871 anticipaba —en sus Cartas del vidente— el porvenir de la segregación.

Porque Yo es otro. Si el cobre se despierta convertido en corneta, la culpa no es en modo alguno suya. Algo me resulta evidente: estoy asistiendo al parto de mi propio pensamiento: lo miro, lo escucho: aventuro un roce con el arco: la sinfonía se remueve en las profundidades, o aparece de un salto en escena. Si los viejos imbéciles hubieran descubierto del yo algo más que su significado falso, ahora no tendríamos que andar barriendo tantos millones de esqueletos que, desde tiempo infinito, han venido acumulando los productos de sus tuertas inteligencias, ¡proclamándose autores de ellos!

De las cosquillas a la parrilla —eso no falla nunca— porque hay yo, hay indiferencia, porque hay indiferencia hay segregación y —last but not least— hay esqueletos.

Referencias:

Alberti, C. (2022). “El lazo entre los que hablan” en Conferencia en el taller clínico de Cochabamba. Textos hacia las 31 Jornadas anuales de la EOL. https://jornadaseol.ar/31J/OT/OT_Alberti.pdf?fbclid=IwAR0Q2Rz62VOyTnFOVm81F78YjAq1Xst4cNdXuEpnWtl36lA8YVo6H2QUHrw

Lacan, J. (1949 [2014]) “El estadío del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” en Escritos 1. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1968-1969 [2010]) De un Otro al otro. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1972 [2012]) “Advertencia al lector Japonés” en Otros Escritos. Buenos Aires: Paidós.

Miller, J-A. (1986-87 [2006]). Los signos del goce. Buenos Aires: Paidós.

Miller, J-A. (2010).  Presentación del tema del VII Congreso de la AMP. https://www.wapol.org/es/articulos/Template.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=38&intEdicion=13&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=1306&intIdiomaArticulo=1

 Rimbaud, A. (1871). “Primera carta: De Arthur Rimbaud a Georges Izambard” en Cartas del vidente. https://lamaquinadeltiempo.com/online/rimbaud05/